Sería una estupidez no hablar de Chávez esta semana. O más bien escribir: sería una estupidez no escribir sobre Chávez esta semana, porque hablar puede hablarse o no, eso al fin y al cabo es algo que mucho no importa. Escribir es necesario porque, así como esta, hay también otros centenares de notas, seguramente mucho mejor redactadas, dando vueltas alrededor del tema. Ahí están todos con sus estados de facebook y sus tuits llenos de hashtags diciendo que «Adiós a un gran líder. Adiós Hugo Chávez.» y «Las ideas no se matan #VivaChávezporSiempre». Los diarios, los blogs - este blog -, las radios, los canales de televisión, todos hablan de Chávez y todos ellos con la misma frialdad: hablan de un Chávez que para ellos nunca existió, quizá porque consideren que ahora estando muerto no haga falta despotricar contra sus restos; al antes tirano y sanchopancista simplón hoy se le envían los más sentidos pésames, al antes Señor Exprópiese hoy se lo llama Don Carismático, al hablador del ¿¡por qué no te callas!? hoy lo califican de ávido orador. Aquí y allá los discursos cambian, como si el común de la gente supiera enfrentar cualquier tipo de debate a excepción de aquellos en los que se entremezcla la muerte. «¿Cómo opinar acerca de un difunto?», y entonces todos callan.
La Presidente declara tres días de duelo y luego todos callan. Apenas hay algunas comparaciones bobas - «Cuando fue lo de Once decretó dos días nada más» - pero en general todos callan. En Venezuela los poderes se confunden, el «Socialismo del s. XXI» se propone, en la práctica, como antítesis del concepto de Estado de Derecho y la Justicia se confunde con el Poder Ejecutivo, y el Poder Ejecutivo ejecuta sobre el Legislativo y sobre todos flota una nube rancia de obediencia militar; todo eso fue obra de Chávez, pero ahora Chávez murió y entonces todos callan. En Venezuela además hay montones de asesinatos cada día, muchos de ellos escalofriantemente brutales; Venezuela es el país de La déCada ganada (con «C» de Chávez), la República Bolivariana de la igualdad recuperada, la Nación feliz - se entiende - de la educación lograda; Venezuela es la pragmatización del latinoamericanismo calletreciano y Calle 13 es la misma banda que escribió «Hay poca educación (...), cuando se lee poco, se dispara mucho». Venezuela es la alfabetización del 25% y el titular de los 52 asesinatos diarios; y eso fue en el gobierno de Chávez, pero ahora Chávez murió y entonces todos callan.
Dentro de todo es algo lógico, porque nadie saldría a decir «menos mal que murió Chávez», en parte porque sería una canallada y en parte porque hay además una posible verdad que todos sospechan: que Chávez nunca importó tanto. A fin de cuentas por algo es un tema que no se habla y solamente se escribe: ¿quién sabe tanto de Chávez en efecto? La gente común puede escribir y leer lo que sea, puede perder horas frente al noticiero escuchando la misma primicia una y otra vez, pero cuando habla lo hace sobre lo que le interesa, ¿y a quién le interesa tanto Chávez? «Pero es innegable que fue un líder muy querido y marcó un rumbo ideológico de unidad latinoamericana como ningún otro», cosa que puede ser cierta, pero que no hace a Chávez ser Venezuela y mucho menos viceversa. Y probablemente por eso todos callan - es decir: volviendo a hablar de los medios y su frialdad para tratar el tema; volviendo a hablar de lo que callan -, porque no tengan la menor idea de si vale o no la pena gastar tinta en denostar al sucesor del muerto, o porque no sepan todavía como girar el discurso que culpaba de todo al Comandante regordete y se encuentran a estas horas especulando sobre si el público intelectualoide, lector de diarios de domingo, está preparado o no para entender la naturaleza del conflicto no como el producto de un caudillo caribeño, sino como la consecuencia de un conflicto social mucho más complejo. «¿Querrá nuestro público leer sobre eso?» se preguntan.
La foto elegida para encabezar esta columna no fue tomada al azar. Es la foto del génesis del chavismo, en contraposición a las imágenes propuestas por Perfil, Clarín, La Nación, Pagina/12 e Infonews (Tiempo Argentino), las de Chávez sonriente, Chávez feliz, «el Chávez que hay que recordar». Quizá Marzo de 2013 sea un mes para reflexionar: los papas abdican, los héroes perecen y las ideas no se matan, cierto, pero cambian. Yo, a costa de eso, me veo obligado a llevar la contra. Obligado a escribir sobre Chávez que es un desperdicio escribir tanto sobre Chávez. Porque él se murió pero ahí esta Venezuela, con el mismo pueblo engolosinado por la prosa antiimperialista y la idea de un nuevo Dios Made in Latinoamérica. El mismo pueblo que acá, ansioso por encandilarse con el cuento de la Patria Grande y los discursos de Izquierda con puñetazos de Derecha. Pueblos que creen compatible la hermandad de las naciones con la doctrina barata del roban pero hacen. Pueblos que no encuentran contradictorio avasallar a minorías con tal de lograr, como sea, su ideal cristiano de amor y solidaridad.
¿Qué dejó Chávez, entonces, luego de muerto? Quizá las huellas del nuevo rumbo político que nos tocará atravesar, o la oportunidad abierta a Cristina o a Dilma de tomar el liderazgo regional. Con suerte, Chávez dejará mucho más luego de transcurrido cierto tiempo: un devenir de la historia que más tarde o más temprano habrá de echar luz completa sobre aquellas mayorías, sobre esos cincuenta y cuatro por cientos hiperinoculados con relatos fantásticos de Hugos y Perones y Néstores y Bolívares que jamás fueron realmente imprescindibles y posiblemente mucho menos necesarios.
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