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Falta de convicción

por Ignacio de Villafañe

     Educar no es invertir. Poner en pantalla el fútbol rehusando toda posibilidad de ingreso es invertir. Popularizar la televisión digital es invertir. Subsidiar la mala administración de una linea aérea tendente a la quiebra es invertir. Repartir computadoras con acceso directo a los portales oficiales, montar actos para rebautizar avenidas, centros culturales y colegios con el nombre de Néstor Kirchner, gastar tinta y saliva en convertir en asunto de Estado a los jacarandaes de la 9 de Julio, todo eso, es invertir. Pero educar no es invertir.

     Sería un gran error culpar únicamente al Gobierno Nacional por la cuestión docente en relación a la puja por las paritarias entre los distintos gremios y las administraciones provinciales; estrictamente, Nación ni siquiera es legalmente responsable de lo que cobran lo distintos profesores y maestros, pero políticamente mejor ni hablar. Sólo en Fútbol Para Todos se gastó el año pasado 1.287 millones de pesos del total del que disponía la Nación, en Aerolíneas Argentinas otros 3.845,2 y en Ar-Sat,  la empresa encargada de proveer la Televisión Digital Argentina, 1.999 más. Sumados dan un total de 7131,2 millones de pesos, $594.270.000 mensuales. Si todo ese monto se dividiese entre los 960.000 docentes que enseñan a lo largo de la República quedaría como resultado un total de $7.428,34 anuales para cada docente, $619 mensuales. 

     Ahora bien: $619 quizá suene a poco, pero cuando se habla de salario docente siempre se habla de poco. Para ilustrar lo anterior basta con seguir haciendo cuentas: $619 es el 22% de $2.813,76; 22%, por otro lado, es el aumento con el que el Ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, consideró que los sindicatos se debían conformar; $2.813,76 es - pesos más, pesos menos - el monto del salario básico docente actual, un monto que queda $512 por debajo de la linea de pobreza.

     Los números confunden, mas cuando lo que se discute es si un docente que recién comienza debe ganar más o menos de $5000, o si debe aspirar a ganar como máximo, ya a punto de jubilarse menos de $10000, los números son bastante claros. No es cuestión de indicar qué debe hacerse y qué no, sino de dilucidar cuál es la política que sustenta tan mezquinas decisiones. Para este gobierno, que consiguió destinar un 6% del PBI al área educativa, la educación puede prescindir de los educadores. En el mejor de los casos lo que el gobierno tal vez considera es que sus educadores son lo suficientemente flojos e incapaces como para merecer cobrar un sueldo acorde a la importancia de sus funciones (porque sin dudas un gobierno que destina el 6% a que los argentinos sean educados no interpreta a esta actividad como poco importante). Otra posibilidad es que no en vano esta política se haga llamar siempre nacional y popular pero nunca progresista, y sostenga que educar es agrandar los edificios y repartir computadoras pero no enseñar, que educar es contener y no formar.

     En Argentina hace falta transportistas pero no educadores. Un chofer de colectivo en Mendoza comienza con un sueldo superior a los $6.500; un profesor de nivel secundario cobra al iniciar menos de $5000. Es una cuestión de incentivos y de proyectos de país. El salario promedio en las empresas públicas se encuentra más cercano a los $15.000 a los $10.000; un profesor de nivel secundario cobra al finalizar todavía menos que el último monto. El pueblo no necesita ser educado y por eso es que tampoco hacen falta educadores. Los educandos sobran, eso sí. A ellos gracias es que se vende el discurso de los millones de netbooks, las 1.700 escuelas, la inclusión, el seis por ciento, Paka-Paka y el País con Buena Gente. Sin ellos no existiría el cuento de la maestra que andaba kilómetros para poder dictar clases y hoy camina por un puente, o el juego del Eternauta que vino a salvar a América con su conciencia social y su heroísmo de grupo. No habría ninguna visita a los museos de Evita y a la increíble Tecnópolis.

     No es cuestión de afirmar, insisto, qué debe hacerse y qué no. Pero si de política se trata, es indudable que el compromiso de este gobierno con la educación es más por obligación que por convicción. Mejorar los salarios tal como los gremios lo solicitan - y como el sentido de justicia lo indica - no es un imposible sino una mera cuestión de voluntad. Quizá el costo político de desoír y subestimar a los docentes no sea lo suficientemente alto como para acotar el margen de gastos disponibles para el pan y el circo nuestro de cada día. Lo que queda claro es que si a la educación se le relega alguno de los últimos puestos de la lista de asuntos urgentes, no es por una cuestión de fuerza inevitable sino por mera consecuencia de su auténtica ideología.

El Resto de nuestra Libertad

por Ignacio de Villafañe


     Abordar el problema de la libertad en una nota de apenas mil palabras es casi un acto suicida, en parte por la enormidad del riesgo de no alcanzar a cerrar siquiera la introducción y en parte porque la expresa necesidad de obviar las definiciones a causa de la brevedad que exige el texto dificulta de por sí un análisis profundo de cualquiera sea el tema que se trate. Sin embargo, en tiempos donde la globalización cultural, la esclavización a manos del Gran Imperio, la obligatoriedad de lo diverso, la identificación como obediencia debida, la deconstrucción del lenguaje y la imposición de los relatos (y sus respectivos metarrelatos) están en boca de casi cualquier fulano o mengana con ínfulas de Perón nuevo se vuelve menesteroso replantear el gran problema del Hombre - que es el de la libertad - sea del modo que sea para pensarlo como cuestión nuclear de lo que va a ocurrir: en tiempos así, ¿qué queda para la libertad?

     Tenga lugar una aclaración preliminar: la pregunta ¿qué queda para la libertad? habrá de ser solamente válida en el caso en que todo lo antedicho (la globalización cultural, la esclavización..., etc.) sea efectivamente real. Dicho de otro modo: suponiendo verdadero el paradiscurso oficial, donde se plantea el conflicto entre una enorme maquinaria megacorporativa-multiuniversal, regidora de la razón del hombre, y una única opción como solución posible, "liberadora" - entre comillas gigantes -, nacional y popular que es alzarse como pueblo hecho masa y uno frente a los mayores villanos que el mundo haya podido ver: el otro; suponiendo eso cierto entonces si podría afirmarse que la libertad quedaría sesgada.

     El cristinismo sostiene, cada día con más énfasis, la tesis de la patria grande. Supersticiones. Argumenta, como antes argumentaron otros peronistas de espíritu nacionalista, que sólo con verdadera conciencia argentina y, mejor aún, latinoamericana conseguiremos, finalmente, ver crecer a la República. Soluciones locales a los problemas locales. Aquellos que se creen los dueños del planeta pueden osar ponérsenos en contra pero nosotros, si nos unimos, le mostraremos quién manda y entonces habrá justicia. Aquellos son y fueron nuestros enemigos desde siempre, son el egocentrismo y la deshonestidad de la corona inglesa, y la prepotencia pedante de Estados Unidos de América, son la contracara del mismísimo humanismo y por eso nosotros debemos imitarlos, porque no hay mejor cura frente a un nacionalismo desmedido que otra enorme dosis de nacionalismo. Este gobierno es, por su parte, la institución idónea para llevar a cabo tamaña empresa, porque es también la expresión directa y natural del pueblo - el pueblo-masa, el pueblo-uno - que levanta la voz en este nuevo siglo para decir ¡basta! y reclamar lo que siempre le fue suyo y jamás le permitieron.

     
El nacionalismo proscribe la conciencia individual y la permuta por la colectiva. La libertad del hombre es sustituida por la libertad del pueblo con la particularidad - quizás en términos políticos sea más una ventaja -  de que el pueblo es incapaz de razonar. El pueblo no tiene razón sino expresión de deseo; el ser-individuo razona pero el ser-colectivo no puede más que abogar por una conclusión común que habrá de proyectarse luego mediante el voto popular. En términos cristinistas, es el voto popular el que elige cuál debe ser la cabeza pensante de todo el ser-colectivo. La cabeza piensa, razona, decide y luego el pueblo aprueba o desaprueba, acorde a sus deseos, el razonamiento ya hecho. La libertad del pueblo, en contraposición a la del hombre, es una libertad sujeta; mientras la libertad del hombre consiste en la elección de la posibilidad, la libertad del pueblo se remite a la mera posibilidad de la elección.

     Al otro lado del pueblo están los otros. Los otros carecen de identidad; son lo que no es, porque son el no-pueblo y están determinados en un sentido absoluto. Sobre los otros cae la presión de las multinacionales y las corporaciones. Los grupos económicos definen sus necesidades y gustos y los medios masivos de comunicación se encargan de establecer la sintaxis monocorde de sus ideas. Cuando actúan carecen de humanidad, lo hacen como consecuencia de una serie combinada de patrones egoístas e individualistas tendientes a un único objetivo: la imposición de ellos mismos por sobre los demás. En los otros la libertad está latente pero es sólo potencial. Los otros son víctimas y esclavos de las grandes mentes mundiales que sostienen los hilos del destino y los mueven acorde a sus intereses. Pero aún: siquiera esos grupos económicos y medios de comunicación, siquiera las grandes mentes disfrutan de la libertad porque en realidad están todos sujetos, incluso ellos mismos, al dictamen de sus propios intereses.

     El problema de la libertad en el discurso oficial radica en la subvaloración que se hace de esta. Para el cristinismo el papel de la libertad en el plano de lo social es relativamente menor. La felicidad del hombre es vista como el resultado material de una suma de factores individuales - progreso, seguridad, igualdad frente al otro, justicia social, estima, reconocimiento, poder, etc. - y no como un estado de plenitud del ser. La libertad es prescindible en tanto el hombre-pueblo disponga de todo lo que siendo libre desearía disponer. La libertad, en pocas palabras, para el cristinismo podría no existir. La lucha contra la opresión debe ganarse por el sólo hecho de que como argentinos no fuimos concebidos para ser oprimidos, y  que ya pasados doscientos años es tiempo de que mostremos nuestra superioridad. Esta última oración tiene carácter dogmático: nunca cuestionamos por qué somos lo que somos pero tenemos bien en claro lo que debemos ser. La conciencia del deber, por otro lado, no es casualidad en un movimiento signado por la organización vertical, la inspiración militar - recordar a Montoneros, al General Perón, al Comandante Chávez, los Soldados del Pingüino y a la Jefa - y el culto al combate y la lucha. Un ejército, continuando con el paralelismo, lucha (al menos en teoría) por la libertad pero alcanzada esta su existencia se vuelve innecesaria; cada soldado se somete al deber y renuncia a su condición de libre y se aglomera en el ser-colectivo que es el ejército - comprendido por el mayor ser-colectivo que es la patria - para desarmarse luego de logrado su objetivo. La diferencia entre un ejército y el cristinismo está en que el primero siempre es pensado como medida provisoria - la misma historia ya se encargó de mostrarnos los peligros de que así no fuera - mientras al último se lo concibe como a un proyecto hacia el futuro, de tipo trascendental.

     Queda, a modo de conclusión, la pregunta inicial abierta a la libre interpretación. En tiempos donde lo ya dicho, donde las palabras transmutan su propio nombre y la prioridad es la urgencia del deber: ¿qué queda para la libertad?

Eramos tan argentinos

por Ignacio de Villafañe


     El 24 de Marzo de 2011, a las puertas del Congreso Nacional, entre los festejos por el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, cerca de una decena de gigantografías se apostaban luciendo los cuerpos enteros de personajes como Mariano Grondona, Chiche Gelblung o Joaquín Morales Solá. Sobre sus caras, en las imágenes, había dianas dibujadas y salivadas; los niños se acercaban para escupirlas mientras los padres observaban entre risas. 

     Aquel mismo año 2011, casi cuatro meses después -un martes 12 de Julio-, luego de la victoria macrista en las elecciones republicanas por la gobernación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Página/12 publicó una carta de Fito Paez, intitulada "La Mitad", execrando sobre la mitad de la capital porteña que no lo comprendía. Fito continuó actuando en eventos oficiales a cambio de cuantiosas sumas de dinero y a pesar del poco tacto político que su sola imagen implicaba. Se disculpó, vagamente, un tiempo después. Aún hoy sigue siendo uno de los artistas favoritos de las altas cúpulas kirchneristas.

     En Mayo de 2012 el Secretario de Comercio Guillermo Moreno emprendió un amistoso viaje a la República de Angola, presidida por José Eduardo dos Santos desde 1979 hasta la actualidad, para entablar una serie de acuerdos comerciales de manera bilateral. Durante el mismo se entregaron medias con la inscripción "Clarín Miente" a pequeños angoleños de sonrisas grandes y barrigas flacas. Allí en Angola los niños suelen hablar umbundu, kimbundu, kikongo, chokwe, nganguela, kwanyama o portugués, pero no español. Los niños, allí, tampoco suelen usar medias, pero la intención de aquel acto no era, evidentemente, ayudar sino algo más.

     El Calafate, 5 de Enero de 2013; "Una respuesta al actor Ricardo Darín sobre las Declaraciones Juradas de "Los Kirchner" (sic).", carta de la Presidente Sra. Cristina Fernández al Sr. Ricardo Darín. Extracto:
 Usted mismo fue acusado y detenido por un juez en marzo de 1991, por el delito de contrabando de una camioneta que ingresó al país con una franquicia especial para discapacitados. Perdón, no le deseo el mal a nadie, pero menos mal que no estábamos “Los Kirchner” en el gobierno, o hubiera sido considerado una persecución política. ¿Lo recuerda? La verdad yo lo había olvidado, con tantas cosas en la cabeza, pero hoy entré a clarín.com y leí la nota “Un fallo benefició a Darín”.
     Ricardo Darín revelaría más tarde el carácter engañoso de la información brindada por la investidura presidencial, aunque el daño ya había estado hecho.

     El martes 22 de Enero del corriente en distintos lugares de Buenos Aires y Mar del Plata pudieron verse carteles sugiriendo que Jorge Lanata era un mercenario del Jefe de Gobierno Mauricio Macri y el Gobernador Daniel Scioli. No fue esa la primera vez -sí, hasta ahora, la última- que se realizaron ataques anónimos del mismo estilo contra periodistas y personajes abiertamente críticos de la gestión actual del Gobierno Nacional.

     Casi dos años después del primer hecho citado en esta nota, apenas doce días luego del último, litros de tinta se volcarían sobre las hojas de Página/12 para repudiar y minimizar los abucheos a Boudou primero y Kicillof después. Los escraches también serían objeto de análisis peyorativos por parte de Tiempo Argentino y demás radios y revistas y programas de TV afines a la misma concepción de periodismo. En sí un escrache jamás podría considerarse como conducta civilizada, pero lo ocurrido con el Vicepresidente Amado Boudou y el Viceministro Axel Kicillof va más allá de una mera conducta y una mera idea de lo que es la civilización. En sí un escrache jamás podría ser deseable porque, por necesidad, para lo civilizado lo incivilizado jamás podría ser deseable. La cuestión central aquí es preguntarse si es verdad o no que por regla general lo civilizado nunca habrá de desear un escrache.

     El elenco oficial sabe cuándo es conveniente y cuándo no enjugarse la boca con discursos moralistas, entiende perfectamente que no todo fenómeno social merece ser escuchado con la misma oreja y maneja a tal punto el concepto de democracia que hasta es capaz de convencer a toda una horda de idiotas de que no hay nada más democrático que ignorar la voz y el voto de aquellas clases sociales que piensan como los otros -entiendase: bajo el falso disfraz de la lucha de clases divididas según principios económicos se esconde la verdadera clasificación del universo kirchnerista: los que piensan como nosotros (ellos) y los que actúan (y tal vez piensan) como los otros.

     Los escraches deben ser repudiados, es cierto, pero más repudiado debe ser el hecho de que sean necesarios -y hoy lo son-. Cuando la impotencia es lo último que le queda al pueblo frente un circo ambulante de corruptos y ladrones, y el único diálogo posible es el de la confrontación, la bronca se vuelve necesaria. Curiosa diferencia: la agrupación H.I.J.O.S. define "escrachar" como "poner en evidencia, revelar en público, hacer aparecer la cara de una persona que pretende pasar desapercibida"; el oficialismo por su parte, ahora, prefiere decir que "escrachar" es una "gorilada fascista". Quizás haga falta memoria o se haya perdido mucha (¡vaya ironía!) desde aquel 24 de Marzo del año 2011 hasta los días de hoy, porque no caben dudas de que si memoria sobrase el Gobierno Nacional ya habría entendido que la sociedad no comenzó a atacarlo sino más bien a hablarle en el mismo idioma.