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El Kirchnerismo no es de Izquierda

por Ignacio de Villafañe


En realidad yo quería ponerle otro título a esto, uno más divertido como “Todos son Batman”, aprovechando la oleada de fanáticos, en alusión a la doble vida que Bruce Wayne lleva siendo un millonario egocéntrico por un lado a fin de poder financiar, por el otro, su desinteresada lucha contra el crimen, la causa sobrehumana de quien verdaderamente es y lo único que justifica los desaciertos y la oscuridad de su existencia. Había pensado también en “El juego de las palabras”, con la intención de explicar luego cómo la idea del Modelo surge en oposición a la del mero discurso pero sin ser, en efecto, más que otro mero discurso (El Modelo pretende competir contra las clásicas promesas no cumplidas de todos los discursos políticos presentándose como el anti-palabrerío y la proyección a futuro de todo lo que ya se hizo basándose no en lo que verdaderamente se hizo sino en lo que la historia oficial dice – advertí que esto era todo un juego de palabras – que se hizo, lo que lo convierte en algo equivalente a cualquier otro discurso.) Opté, finalmente, por la vía fácil y en vez de pretender desenmascarar mentiras elegí la tarea de argumentar una verdad. “El kirchnerismo no es de izquierda” es esa verdad.

La necesidad de hacerse el pelotudo

por Ignacio de Villafañe



Como una enfermad crónica, no reconocida por médico alguno, existe una característica completamente humana que vive atada a nosotros desde tiempos incalculables, vive silenciosa en el centro de nuestras voluntades y despierta cuando quiere de manera autónoma (esto es: en el momento que sea y sin avisar a nadie). Pueden ser las tres de la mañana en pleno desvelo o, con una torre bestial de laburo, las cinco de la tarde y si se tiene que dar el caso (y así va a ser) se va a apoderar de nosotros una descomunal pero nada nueva necesidad de hacernos los pelotudos no importa ante qué - porque acá no hay problemas con el "qué" sino con el "quién": nosotros vivimos haciéndonos pasar por giles ante cualquier cosa. Quizá no lo digamos. Perdón: nunca lo decimos, pero porque no queremos; caso contrario si alquien viniera a comentarnos algo sobre la pobreza indignante que nace todos los días a diez kilómetros (o menos) de donde vivimos no responderíamos solamente con un Y... con este gobierno sino que agregaríamos un Pero yo intento ayudar haciéndome el boludo, a lo que el otro diría ¡Más vale! No queda otra. Yo también me hago el boludo. Y de todo esto no hay uno que se salve. Ni uno solo. Porque cuando no soy yo echándole la culpa al gobierno (o a todos nosotros por hacernos los idiotas) es el gobierno echándole la culpa a los medios, los medios a la corrupción, la corrupción al sistema legal, el legal al judicial y el sistema judicial a Magoya, o Rubén Choto, porque como desde hace años que en realidad no le tiene que rendir una puta cuenta a nadie tampoco mucho le importa.