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El Kirchenrismo no es de Izquierda II

por Ignacio de Villafañe


     La primera vez que escribí una columna con este nombre (ver: El Kirchnerismo no es de Izquierda) la subtitulé, además, "Todos son Batman". Para no ser menos, esta también podría llamarse de diversos modos y "Jamás podré ser Peronista" sería el más indicado. La tesis central del texto que corre surgió a partir del siguiente razonamiento: en un país donde la apariencia avanza por sobre la esencia y las palabras importan más por su música que por su significado, ¿cómo podría ganarse una batalla de ideas?; en un mundillo político donde para tener éxito se puede ser cualquier cosa siempre y cuando peronista, se puede hacer lo que sea siempre y cuando por el líder, ¿qué ventaja otorgaría usar como arma el intelecto?, ¿qué quedaría para los idealistas entre tantos formalistas? ¿y qué si se decidiera que no existe más opción que adecuarse al caso entonces y volverse cuando siempre peronista y siempre y cuando por el líder?

     Analicemos la posible situación: un hombre o mujer que ronda los 30 años, de tendencia predominantemente socialdemócrata, jugando con la idea de afiliarse al Partido Justicialista para alcanzar las altas cumbres del poder y así tomarlo y ejercerlo a su verdadero antojo. Nuestro utópico amigo se encontraría primero con ciertas dificultades, principalmente en materia de principios. En primer lugar, a fin de no levantar sospechas, debería aceptar como justa la posibilidad de que existan hombres y mujeres, en incluso presidentas de repúblicas, poseedores cuantías millonarias de dinero obtenidas a costa de la explotación del capital financiero, como en los casos del mercado de bonos y el inmobiliario. Hecho aquello le sería menester continuar siguiendo a la manada y esgrimir argumentos para justificar la aplicación de todas aquellas leyes de espíritu tripealiancista, el apaleamiento de los pueblos indígenas y la represión y la violencia anti-(pseudo)-terrorista. Su carrera crecería y junto con ella nacería la obligación de compartir bancas con parlamentarios ex-neoliberales, ex-asesinos setentistas, ex-monopoliofilos y hoy (mártires) salvadores de la patria. Pasaría el tiempo y continuaría ascendiendo hasta llegar a los más altos puestos que hubiese podido imaginar; ejercería la administración de distintos ministerios y más tarde se postularía y ganaría su primera elección presidencial. Le llegaría entonces, por fin, el momento de blandir sus más auténticas ideas; saborearía por primera vez la posibilidad real de impartir una verdadera justicia social

     Pensemos entonces en lo que habría de hacer nuestro hombre o mujer de ya 55 años con el bastón en sus manos y la Casa Rosada bajo sus pies. Probablemente observaría a sus funcionarios y se observaría a si mismo, mediría con la vara de la ética socialista los salarios de los médicos, docentes y policías y daría un pésimo ejemplo donando, por decreto, tres cuartas partes del suyo a fundaciones y universidades. Quizá después estudiaría con atención las licitaciones públicas anteriores a su mandato, ordenaría investigar a cada uno de los empresarios y terminaría con todos aquellos inescrupulosamente corruptos, se liberaría de amigos indeseables y trataría a todos como iguales ante la ley. Finalizado lo importante, de seguro continuaría ahondando en los detalles y revisaría, por ejemplo, la corriente situación de los sindicatos y sus líderes, la correspondencia entre la calidad vida de estos últimos y la de aquellos a quienes representan y desterraría, sin mas remedio, a las pequeñas mafias de los organismos gremiales ¡Sálvese él! Porque habría luego de darse cuenta que lo único que hizo fue derribar el andamiaje político que lo sostenía, y que sin peronismo iba a volver a ser nada y su gobierno sufriría el peso de los paros y las marchas fogoneadas ad hoc, y el espaldarazo antipatriótico de todo un partido jamás dispuesto dejarse ver débil.

    El resultado, para finalizar, sería la triste historia de un hombre, de izquierda hasta los tuetanos, que habiendo aceptado el capitalismo más puro y el autoritarismo más asqueroso consiguió alcanzar la meta que deseaba para luego perderla por haber creído, por tan solo un instante, que le estaba permitido defender al pueblo.

     Definitivamente: el Kirchnerismo no es de izquierda.

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